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¿Como eres realmente?
- 23 de julio de 2018
- Publicado por: Dra Carmen Zorrilla
- Categoría: Sin categoría
Todos conservamos anécdotas sobre nuestra infancia contadas por nuestra madre o por familiares allegados; de tal forma, que las opiniones de cómo eramos de bebes y pequeños han sobrevivido durante muchos años. Aún hoy solemos decir, que eramos nerviosos a diferencia de nuestro hermano que era muy tranquilo, por ejemplo. ¿Éramos como nos describen?, no ese era el punto de vista y la percepción de nuestra madre. Pero aquello que sentía, no reflejaba lo que nos pasaba a nosotros, lo que sentíamos, o mejor dicho, cómo nos sentíamos.
Desde el inicio de nuestra vida alguien nombra como somos, que queremos o que nos pasa, y lo que el adulto nombra, generalmente la madre, suele ser una proyección de sí mismo sobre cada hijo. Nuestra madre dijo que eramos caprichosos o llorones, tímidos, buenísimos, exigentes y parece que somos así.¿ Lo es?, pues depende del punto de vista del que lo haya definido. Los niños lloran porque reclaman compañía; pero los adultos interpretan que lloramos más de lo que su paciencia le permite.
Los niños necesitan ser comprendidos, pero los padres tergiversan esa evidencia opinando que somos demasiado insistentes o que no nos contentamos con aquello que obtenemos. Así es que cuando fuimos niños nos pasaba algo, pero ese algo era nombrado a partir de la interpretación de otra persona alejada de nosotros. Lo peor es que cuando somos niños todavía no tenemos palabras para nombrar lo que nos pasa, dependemos de la palabra del adulto, sobre todo, la de nuestra madre.
Cuando ella nombra cada escena de nuestra infancia como algo bueno o malo, exagerado o sin sentido, los niños vamos poniendo nombres a cada experiencia personal, por ejemplo: “no pienso antes de actuar y me equivoco”, “soy llorón”.. ¿Es cierto? En parte quizá si, pero también es posible que despleguemos desesperadas maneras de buscar amor, aunque nadie sea capaz de nombrar esa necesidad. Así vamos creciendo. Acumulamos experiencias vitales agradables, difíciles, complejas, armoniosas, hostiles.. etc. Y los mayores las van nombrando. Pero lo peor es que muchas experiencias reales ni siquiera han sido nombradas y por lo tanto no podrán organizarse en el área de la conciencia.
Por ejemplo, si siendo niños hemos cuidado de hermanos menores y de nuestra madre que, a su vez, cuidó a la suya enferma, y nadie ha nombrado nunca la falta de cuidados y atención a la que hemos estado sometidos, ¿que es lo que luego vamos a recordar? Recordaremos todos los infortunios de nuestra madre, pero ella no conservará recuerdos de esa falta de atención que tuvimos. Sucedió algo frecuente, nuestra madre ha nombrado a lo largo de años que eramos buenos y responsables; sin embargo, nadie ha nombrado nuestras necesidades no satisfechas y nuestras carencias, ni la sensación de no ser merecedor de cuidados.
Y a lo largo de nuestra vida seguiremos arrastrando la sensación de que no somos merecedores de cuidados ni de protección.Tenemos en nuestra mente ideas u opiniones de quienes somos o nuestras cualidades pero se distancia de lo que realmente sentimos. Mas tarde estas ideas u opiniones la adoptamos como propias y ya tenemos el concepto de quienes somos, luego lo convertimos en ideas inamovibles sobre nosotros y los demás. Entonces llegamos a la conclusión de que somos buenos malos, cabezones, generosos.. nos colgamos la etiqueta y la colgamos a los demás. Estas etiquetas son parecidas a las que estableció papa y mama en nuestra infancia. Nosotros la perpetuamos sin darnos cuenta.
Cuando emitimos una opinión sobre nosotros o los demás debemos de preguntarnos quien lo dijo. A veces no resulta fácil ver quien fue, porque tenemos la sensación de ser nosotros mismos quienes decimos, interpretamos o sufrimos. Lo que está claro es que una cosa es lo que pensamos desde la identidad que hemos adoptado ( inteligente, ordenado, flojo.. ) y otra es lo que sentimos desde nuestro interior, desde nuestro Ser Interior. No estamos acostumbrados a cuestionar nuestras opiniones y pasarlas por el tamiz de nuestras percepciones personales y es importante hacerlo para conocernos a nosotros mismos.
Un problema importante que a todos nos concierne es que la opinión que tenemos de cada cosa se suele haber organizado a través del cristal de alguien en quien confiamos o en quien proyectamos un supuesto saber. Cuando eramos niños siempre confiábamos en el punto de vista de nuestros padres; hoy en día hacemos igual y confiamos en entidades que nos inspiran confianza como por ejemplo los medios de comunicación al final somos crédulos como cuando eramos niños.
No estamos acostumbrados a pasar las opiniones generales por el tamiz de nuestras percepciones personales. Las asumimos como propias y las defendemos como si tuviéramos algo que ver con ellas.Todos los adultos tenemos ideas sobre como vivir, que pensar, como educar o que anhelar, tal como hicieron nuestros padres; si revisamos con honestidad muchas de las creencias que defendemos constataremos que el sustento intelectual es muy escaso, y no es por falta de conocimiento sino por la falta de autonomía de pensamiento.
¿Como crear un pensamiento autónomo? Lo primero es reconocer, con total honestidad, el discurso que hemos adoptado desde la infancia; para ello hay que hacer un trabajo de regresión, valerse de los recuerdos, permitir que caigan nuestras creencias más arraigadas, estar dispuestos a aceptar la realidad: Cuando hubo desamor, maltrato, carencias afectivas o abandono. Hay que mirar con ojos bien abiertos nuestra historia emocional.
No importa si fue feliz o no, fue real. Luego volveremos a escribir nuestra historia, nombrando con palabras propias nuestras experiencias y dándoles un lugar. Solo después de este proceso podremos ir designando, poco a poco, cada acontecimiento o situación como si fuera la primera vez.
Nos conoceremos mejor a nosotros mismos y a los demás, nuestra verdad nos hará más libres y más completos, no habrá espejismos de autoengaño, seremos más auténticos al mirarnos con la luz de la conciencia y dejaremos de aferrarnos a ideas y a exigencias sin sentido. Callaremos nuestro juez interior y nos trataremos con comprensión y con dulzura, la dulzura que nace de la tolerancia y de la aceptación.
C.G.Jung decía: “prefiero ser completo que bueno”, es decir, es preferible conocerse con luces y sombras a vivir con creencias heredadas que no se corresponden con quienes somos, ni como nos sentimos.
Fuente
Laura Gutman.”La biografía humana” Ed. Planeta. 2013.